Una cree que los pueblos que llamamos bonitos lo son porque tienen un no sé qué de singular en el que todos, o una mayoría, estamos de acuerdo; y lo estamos porque nos devuelven la imagen de lo que, por tradición o por imaginación poética, asociamos a un lugar ideal que de pronto vemos encarnado en un curioso trazado orgánico de las calles, en una cierta armonía en el color de las fachadas, en una amigable disposición de las plazas o en un cuidado empedrado de las calles.
Todo ello constituye un conjunto indefinido que, a pesar de las inevitables injerencias de la vida moderna (cartelería, cables de la luz y el teléfono, ventanas de Pvc…), nos hace exclamar ¡qué bonito es este pueblo! Y esto es tan así, que incluso hay una Asociación que aprovecha ese efecto de belleza que ciertos lugares producen en las personas para sacar un beneficio económico. Vejer de la Frontera, Villanueva de los Infantes, Grazalema o Trujillo, entre muchos otros, están en la lista de los “Pueblos más bonitos de España”. Y también Almagro, un lugar en el que, aunque a duras penas se mantienen en pie edificios de planta noble y en el que no queda casi nada de la arquitectura tradicional, aun así, genera ese agradable efecto de belleza en todos los que nos visitan porque tiene ese no sé qué de singular que emana del conjunto de calles, plazas y fachadas.
Pues bien, no parece que todos los almagreños estemos de acuerdo con esta tesis, entre ellos, el alcalde de Almagro, que, de un día para otro, se ha puesto a asfaltar varias calles que lucían empedrado tradicional, un trazado irregular, hecho a mano con mucho esfuerzo. Este empedrado casi artesanal, que entonces costó trabajo y dinero, y que ahora contribuye a construir ese efecto de belleza que produce Almagro, parece no valer nada ante los perfiles lisos y homogéneos del asfalto. ¡Donde se ponga una buena capa de modernidad petrolera, que se quiten las piedras, tan antiguas ellas! El problema es que, una vez extendido el viscoso elemento, ya no hay vuelta atrás, ya es para siempre y si da calor, nos aguantamos, y si es feo, miramos para otro sitio, y si Almagro ya no es “tan bonito”, qué le vamos a hacer, ya se encargarán los 3.000 euros anuales que pagamos a la citada Asociación de promocionarlo en las rutas turísticas del mundo.
Por lo demás, no sabemos cuánto va a costar el barniz de modernidad. Porque, o bien, de pronto, de las estrecheces presupuestarias del ayuntamiento ha surgido una partida inesperada de dinero y el alcalde ha decidido gastarlo en este menester (porque quizás no ha encontrado nada mejor); o bien, ha sido la benemérita Diputación Provincial, en su actual papel de proveedora de recursos (una vez destrozada la autonomía económica de los ayuntamientos por parte del Ministerio de Hacienda del PP) la que, con mano providente, ha llamado al alcalde para decirle que nos van a hacer el favor de asfaltar unas cuantas calles.
En todo caso y ya puestos, no sería mejor reparar las calles que ya están asfaltadas pero que tienen socavones como consecuencia de la lluvia y el paso del tiempo; o acondicionar el camino de Casablanca para unir por bicicleta Almagro con Bolaños; o quizás sería más agradecido y menos agresivo remozar los caminos rurales. Cualquier acción de este tipo sería más sensata y útil que asfaltar las calles empedradas.
Para finalizar, solo se me ocurre sugerirle al alcalde que, antes de tomar iniciativas para hermosear la ciudad, consulte a los técnicos de urbanismo del ayuntamiento, a los expertos en arte o a la ciudadanía afectada, que hay actuaciones irrevocables ante las que solo dan ganas de llorar.
María Elena Arenas Cruz
Almagro Sí Puede